Te Libraré A Ti Aquel Día, Jeremías 39:17

“Mas yo te libraré en aquel día, dice Jehová, y no serás entregado en mano de los hombres a quienes tú temes.”

Desde los confines donde el tiempo se deshace y los relojes no laten, habla el que habita en la Eternidad. Su voz no se alza con estruendo, sino que en el silencio de los días gotea como rocío eterno sobre las almas despiertas. Él es Jehová, el Invisible que todo lo ve, El Santo de los Siglos, el Gran Yo Soy. Su voluntad se despliega como un pergamino encendido en medio del firmamento, y su Palabra es una brasa viva encajada en los pechos humanos. Aquel que formó los astros con su Aliento, aún sopla visiones sobre los corazones fieles.

Porque no hay promesa nacida del corazón del hombre que pueda sostenerse en el día del juicio, pero sí hay Palabras que, nacidas del Santo de Israel, sobreviven a imperios, cruzan generaciones y se abren como flor de fuego en el tiempo señalado.

Jeremías 39:17 no es un simple consuelo antiguo. Es un susurro de eternidad, una semilla inmortal que aún hoy se agita bajo la tierra de los corazones perseguidos. “Yo te libraré en aquel día”, dice Jehová. ¿Y quién puede responder a esa voz sino el que ha conocido el miedo? ¿El que ha sentido las sombras de hombres poderosos cerrar el cerco? Pero Aquel que sostiene el tiempo en Su mano no abandona a los que le pertenecen.

La visión: la liberación oculta en el fuego

En aquel tiempo, el siervo Ebed-melec, etíope extranjero, fue protegido no por su origen, ni por su linaje, sino por la fe con que caminó en obediencia a una voz más alta que la del rey. La protección que Jehová le prometió fue una sombra del futuro: una imagen de cómo El Alfa y La Omega aparta a los suyos del horno ardiente.

Hoy, esta palabra vuelve a resonar. No como eco viejo, sino como una flecha viva. Los días de “aquel día” han regresado: tiempos donde los justos son aislados, despreciados, silenciados. Pero así como hubo un Ebed-melec en Jerusalén, hay ahora una generación de anónimos marcados por Dios. Ellos caminan entre tinieblas, pero cargan brasas en el corazón. Son los portadores del misterio.

Y el Santo de Israel les dice: “No serás entregado en manos de los hombres que temes”.
Porque aunque las puertas se cierren, hay una Mano que abre caminos en la roca. Aunque el juicio se acerque, hay una Voz entre las Llamas que dice: “Yo soy tu refugio”.

La señal: el muro que no cae

Cuando esta palabra se cumpla, habrá señales visibles para los que tienen ojos proféticos. No será un terremoto ni un cielo desgarrado. Será el inexplicable muro que no se cae. Será el justo que, en medio del caos, permanece ileso. Será el humilde que no es tragado por la marea. Esa será la señal: los protegidos por el Invisible, mientras el mundo tiembla.

Advertencia: no temas a los hombres

Temer a los hombres es una trampa antigua. Pero el que ha oído a Jehová sabe que la única reverencia es al que puede guardar el alma. Hoy, la invitación no es a la resistencia política ni al refugio en estrategias humanas. Es al escondite eterno: al abrigo del Altísimo.

Y tú que lees, no endurezas tu corazón. Esta palabra no es del pasado, es tu presente y quizás tu futuro. Aún hay un día señalado donde Jehová dirá: “Hoy te libro”.

Esperanza: promesa viva del Eterno

Quien confía en el Gran Yo Soy no será movido. Su fidelidad es más firme que la piedra, más constante que el amanecer. No temas a lo que viene; teme al que permanece. Porque en el Día del Temor, Él será tu escudo. Y cuando todo alrededor se desmorone, tú serás librado, porque fuiste sellado con fuego eterno.

“El que habita fuera del tiempo ya ha decretado tu victoria antes que comience tu batalla.”

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“El que ha sido marcado por Dios no será olvidado por el hombre; el Eterno vela por los suyos cuando todo lo visible cae.”

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