Vivimos en una época en que los algoritmos pueden anticipar nuestros gustos, nuestras búsquedas, incluso nuestras dudas más íntimas. La inteligencia artificial (IA) ha cruzado el umbral de la mera herramienta para volverse casi una presencia constante, un asistente invisible en nuestras decisiones, nuestras conversaciones y hasta en nuestra fe. Pero frente a esta nueva realidad, surge una pregunta silenciosa pero urgente: ¿Qué lugar ocupa el Espíritu en un mundo donde las máquinas parecen conocerlo todo? La tecnología en sí no es enemiga de lo divino. Al contrario, puede ser…
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