Reflexión Sobre Apocalipsis 13

Había una vez un anciano sabio que solía caminar por los campos al atardecer. Sus pasos eran lentos, pero su mirada profunda parecía ver más allá de lo visible. Un día, un joven del pueblo lo detuvo con una pregunta que llevaba tiempo inquietándole:
—Maestro, ¿cómo saber cuándo lo bueno se disfraza de malo… o lo malo de bueno?

El anciano lo miró con ternura y respondió:
—Cuando el cordero habla como dragón, hijo.

El joven frunció el ceño, sin entender. El sabio lo invitó a caminar con él, y mientras el sol se escondía tras las montañas, comenzó a relatar una historia que parecía sacada de un sueño, o de una advertencia escrita con fuego.

“En un tiempo lejano —comenzó el anciano— surgió una bestia. No era como las anteriores. Tenía cuernos de cordero, apariencia amable, palabras suaves, gestos nobles… pero en su interior rugía un dragón. No buscaba destruir por la fuerza, sino seducir con engaño. No venía con cadenas visibles, sino con promesas vacías, con señales que asombraban, y con autoridad que no le pertenecía. Muchos la seguían, no porque los obligara… sino porque les ofrecía lo que sus corazones ya deseaban”.

El joven escuchaba con atención, como si cada palabra abriera una puerta en su alma.

“La verdadera amenaza —continuó el sabio— no siempre es la fuerza bruta. A veces, es la apariencia de bondad sin raíz en la verdad. Es lo que halaga sin corregir, lo que ofrece sin pedir integridad, lo que entretiene mientras adormece el discernimiento. Así, la marca no se impone solo en la frente, sino en la voluntad. Se graba en la mano que actúa sin pensar, y en la mente que se rinde al conformismo”.

El anciano se detuvo a contemplar una flor silvestre que crecía junto al camino.
—Mira esta flor. Parece frágil, pero ha resistido vientos, lluvias y el sol abrasador. Su fuerza está en su raíz. Así también el alma que permanece fiel, aunque el mundo entero cambie de rumbo.

Había una calma en sus palabras, pero también un llamado urgente.
—En los días en que la mentira se viste de verdad, se necesita más que ojos para ver. Hace falta corazón despierto, oído afinado y una conexión constante con la fuente de luz. Hay caminos que parecen rectos, pero terminan en oscuridad. Y hay voces que prometen paz, pero conducen al abismo.

El joven bajó la vista, pensativo.
—Pero maestro… ¿cómo resistir cuando todo alrededor presiona, cuando incluso lo bueno parece desaparecer?

El sabio sonrió y miró al cielo ya estrellado.
—No estás solo. Siempre hay un remanente. Siempre hay quienes no doblan la rodilla, quienes prefieren la verdad a la comodidad, quienes saben que no se vive solo de pan, ni de aceptación humana, ni de éxito momentáneo. El fuego prueba el oro. La tormenta revela las raíces. El engaño desenmascara la convicción.

Recordó entonces una antigua historia: la de unos hombres que, ante una orden real de inclinarse ante una imagen, prefirieron el horno ardiente a la traición de su fe. No sabían si serían librados, pero sabían que su alma no estaba en venta.

—Hoy en día —dijo el sabio—, ya no se levantan estatuas de oro como antes. Pero hay otros ídolos: la aprobación de las masas, la comodidad a toda costa, el placer inmediato, la fe adaptada al gusto del momento. Y la marca… no siempre es visible, pero sí evidente en las decisiones que tomamos cuando nadie nos ve.

El joven respiró hondo. Sentía que algo dentro de él se estaba despertando.

—Entonces, ¿qué debemos hacer? —preguntó, casi en susurro.
—Guardar el corazón. Ser fiel en lo poco. Buscar la verdad con hambre. Amar la luz más que la sombra. Caminar aunque el camino sea estrecho. Y sobre todo, confiar en que el verdadero Cordero, el que dio su vida, es más fuerte que cualquier bestia que se levante.

Había silencio ahora, pero un silencio lleno de significado. El sabio colocó su mano sobre el hombro del joven y dijo:
—La oscuridad puede ser densa, pero una chispa de fe basta para encender esperanza. No temas al rugido del dragón, si tu alma escucha la voz del Pastor.

Y mientras se despedían, el joven ya no era el mismo. Sabía que no todo lo que brilla es oro, ni toda paz es verdadera, pero también sabía que el amor sincero, la integridad, y la verdad que libera tienen un poder que ninguna apariencia puede vencer.

Porque al final, solo permanece lo que fue sembrado con verdad. La cosecha no miente.


«Cuando el engaño se viste de bondad, solo la verdad sembrada en el corazón puede guiar los pasos con luz.»

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