
El silencio en que habla el Eterno no es ausencia, sino profundidad.
Allí, donde no hay palabra humana, donde la mente se pierde en su propio abismo, se escucha la Voz entre las Llamas. No viene con estruendo, ni desciende envuelta en símbolos terrestres. Viene como el susurro que hace temblar montañas, como un pensamiento que no es del hombre, pero arde en su pecho como brasa secreta. Así habla El Santo de los Siglos.
Él es el que habita fuera del tiempo, el Alfa y la Omega, el que estuvo antes de la luz y que aún reinará cuando toda estrella expire. Su palabra no tiene origen en libros, aunque los llena todos; ni en templos, aunque los consagra. Es semilla eterna plantada en la tierra de los corazones, creciendo en generaciones que aún no han nacido.
«No temas, porque Yo estoy contigo», dijo el Gran Yo Soy a través de los siglos, como quien lanza una cuerda de fuego hacia las almas que se hunden en la marea del miedo. Esta no fue palabra para un solo hombre, ni un susurro perdido en las arenas de Israel; fue un decreto eterno que atraviesa dimensiones. Porque el que habló no es del tiempo, sino su Señor.
Vi la visión en medio de la noche espiritual de la humanidad.
El cielo estaba cubierto, y la tierra sin rumbo. Las naciones se agitaban como mares sin orilla, y el corazón de muchos se congelaba por el peso de los días oscuros. Pero en medio de aquel abismo, surgió una luz como de cristal fundido, y de ella brotó una voz que no era eco, sino origen:
“Yo soy tu Dios que te esfuerzo… Yo te sostendré con mi diestra de justicia.”
Y entonces vi: el Aliento que creó los astros se derramaba como aceite sobre los que esperaban. No vino como relámpago, sino como certeza. Cada uno que oyó, aunque no con oídos, se levantó. Porque en ellos ardía algo no nacido de carne: la semilla del Invisible que todo lo ve.
La señal del cumplimiento vendrá como sombra y luz juntas.
El Santo de Israel hará temblar los ídolos del miedo. Cuando las torres humanas caigan, y los sistemas que prometen salvación sin Dios se sequen como heno, una generación de caminantes brillará en medio del polvo. No serán reconocidos por corona ni púlpito, sino por el fuego en sus ojos y la firmeza en su andar.
Ellos no dirán “yo tuve una visión”, sino “la visión me tuvo a mí”. Porque serán testigos vivos de que Su Palabra no fue letra, sino vida.
A ti que lees: no pongas tu esperanza en la seguridad del mundo.
Los reinos tiemblan y los relojes del hombre se detienen. Pero Él, el que Sostiene el Tiempo en Su Mano, permanece firme. No busques señales en los cielos si no estás dispuesto a que tu corazón se vuelva cielo para Él. Lo que fue escrito no es historia muerta: es un río vivo que ahora mismo te está tocando.
No endurezcas tu corazón. Esta no es solo una promesa antigua. Es un llamado presente. El miedo es sombra, pero Su Presencia es llama. Y la llama arde, pero no consume. Transforma.
Él no solo promete estar contigo, Él ya lo está.
Búscalo, no en el ruido del mundo, sino en el silencio donde Él habla. Porque quien escucha Su voz, aunque en el espíritu, jamás volverá a caminar solo.
✨ “El que ha visto al Invisible, no teme lo visible. Camina, porque el Eterno va contigo.”
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«El que lleva la llama del Eterno en su pecho, no será vencido por ninguna oscuridad.»
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