Fidelidad en la Tormenta, Cuando Todo se Estremece, Dios Permanece


«Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.» Hebreos 12:28-29

Vivimos en un tiempo donde todo parece sacudirse. Las estructuras familiares están siendo cuestionadas, la economía global se tambalea, la identidad humana es confundida, y la moralidad se diluye entre ideologías momentáneas. El caos no solo está allá afuera, sino que muchas veces se mete en nuestra casa, en nuestras relaciones, en nuestras emociones. Nos enfrentamos a un mundo que ya no llama al mal «malo» ni al bien «bueno». Pero en medio de este torbellino, hay una verdad que no cambia: El Reino que hemos recibido no se puede mover. Es inconmovible. Y si el Reino permanece, nosotros, como ciudadanos del Reino, debemos también permanecer.

Hebreos nos confronta con una realidad espiritual: todo lo que puede ser sacudido, será sacudido. ¿Por qué? Porque Dios, como fuego consumidor, está purificando su pueblo. Él no comparte su gloria con nadie (Isaías 42:8). Y si queremos ser parte del Reino eterno, debemos dejar que esa sacudida nos purifique, no nos destruya. El problema es que muchos de nosotros buscamos estabilidad en lo que está destinado a caer: gobiernos, instituciones, trabajos, incluso en personas. Pero el llamado es claro: levantemos los ojos al monte de Dios, porque de allí vendrá nuestro socorro (Salmo 121:1-2).

Pensemos en José, el hijo de Jacob. Fue vendido por sus hermanos, calumniado por la esposa de Potifar, olvidado en la cárcel. Todo lo que podía sacudirse en su vida, fue sacudido. Pero en medio de cada injusticia, Dios lo estaba posicionando para el propósito eterno. Él no perdió su fidelidad, no se contaminó, no dejó de soñar. Y cuando llegó el tiempo, fue puesto en un lugar de influencia que afectó naciones enteras. No fue la estabilidad lo que lo sostuvo, sino la fidelidad en medio de la tormenta.

Nosotros también hemos sido llamados a ser fieles en medio del zarandeo. No es casualidad que estemos vivos en este tiempo. No es accidente que estemos viendo lo que estamos viendo. Es un llamado divino a posicionarnos con firmeza, con discernimiento, con santidad. La fe no se demuestra cuando todo está en orden; se demuestra cuando todo tiembla y aun así no retrocedemos. Como dice Habacuc: «Aunque la higuera no florezca… con todo, yo me alegraré en el Señor» (Habacuc 3:17-18).

El espíritu de este siglo busca apagar nuestra esperanza, hacernos creer que estamos solos, que Dios se ha olvidado. Pero debemos recordar que servimos a El Shaddai, el Dios Todopoderoso, que abre caminos donde no los hay, que multiplica panes y peces en tiempos de escasez, que manda cuervos con provisión en medio del desierto (1 Reyes 17:6). Nuestro Dios no está limitado por el sistema humano. No está sujeto a las estadísticas. Él es Jehová Jireh, nuestro proveedor, y Él sigue sentado en el trono.

En medio de esta generación confundida, debemos brillar como luminares (Filipenses 2:15). No podemos vivir con un pie en el Reino y otro en el mundo. Es tiempo de definirnos. El mundo necesita ver creyentes que no se avergüenzan del evangelio, que no se venden por conveniencia, que no negocian su fe. Necesita ver familias que oran, jóvenes que se consagran, adultos que no se rinden, iglesias que no apagan el fuego.

No estamos solos. El Espíritu Santo está con nosotros, guiándonos a toda verdad, fortaleciéndonos con poder del cielo, preparándonos para los días que vienen. Él no solo es nuestro consolador; es nuestro capacitador. Y cuando permitimos que el fuego de Dios nos refine, entonces podemos reflejar la gloria que permanece.

Hoy, el llamado es claro: Volvámonos a Dios con todo nuestro corazón. Soltemos lo que se puede caer, y abracemos lo eterno. Ya no hay tiempo para medias tintas. El Rey viene. Y viene por una Iglesia sin mancha ni arruga (Efesios 5:27). Seamos esa Iglesia. Seamos ese remanente. No porque seamos suficientes, sino porque Su gracia es suficiente.

Vendrán más sacudidas, pero también vendrán más manifestaciones del poder de Dios. Veremos milagros, provisión sobrenatural, restauración, y salvación. Porque donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (Romanos 5:20). Y nosotros hemos sido llamados a estar firmes y ver la salvación de Yahweh.

Oremos juntos: Padre eterno, Dios inconmovible, te buscamos hoy con corazón rendido. Purifícanos en tu fuego santo. Límpianos de toda doblez, incredulidad o tibieza. Fortalece nuestras manos cansadas y afirma nuestros pasos. Que no seamos movidos por el temor, sino guiados por tu verdad. Espíritu Santo, levanta dentro de nosotros un clamor incesante, una fidelidad ardiente, una esperanza viva. Que veamos con ojos del Reino, que vivamos con la mente de Cristo, y que caminemos con el poder de tu amor. Sostén a tu pueblo, guarda nuestras familias, despierta a esta generación. Te pertenecemos, Señor. En el nombre glorioso de Jesús, amén.

Que el Dios de paz, que pronto aplastará a Satanás bajo nuestros pies (Romanos 16:20), nos llene de esperanza, fuerza y visión. Que Su favor nos rodee como escudo. Que cada paso que demos sea firme en la roca inconmovible que es Cristo.

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