
Reflexión espiritual basada en Génesis 1:1
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” – Génesis 1:1
I. El origen como clave del sentido
Todo lo que existe tiene un comienzo, pero no todo comienzo da sentido a lo que vendrá. Algunos inicios son caóticos, oscuros o inciertos. Sin embargo, hay un origen que no nace del azar ni del vacío, sino de una voluntad eterna que habla, ordena y da forma. Ese es el corazón de este primer versículo de toda la Escritura: “En el principio creó Dios…”.
Este breve enunciado no solo nos introduce a un relato antiguo; nos sumerge en una verdad atemporal: todo lo verdadero, todo lo que vale la pena sostener, comienza con Dios. La existencia no es un accidente, sino un acto intencionado. El universo no es un desorden con sentido aparente, sino una obra que proviene del Creador mismo, quien es orden, luz y propósito.
II. Oscuridad no es ausencia de existencia, sino de propósito
Después del acto creador, el texto describe una tierra “desordenada y vacía”, cubierta por tinieblas (Génesis 1:2). No es que no existiera nada; lo que existía carecía de forma y dirección. Esto nos habla también de nuestra condición interior cuando vivimos sin conexión con lo divino: podemos tener movimiento, actividad, incluso metas… pero todo permanece como un lienzo sin forma, cuando Dios no ha hablado aún a nuestro caos.
La oscuridad no tiene sustancia propia. La luz sí. Donde hay oscuridad, es porque la luz no ha sido llamada aún. En la vida cotidiana —en el hogar, en las decisiones morales, en la cultura saturada de información pero vacía de verdad— esa oscuridad se manifiesta como confusión, ansiedad, desesperanza o autoengaño.
Pero entonces ocurre lo glorioso: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” (Génesis 1:3)
Aquí no hay lucha entre fuerzas opuestas; no hay conflicto dramático. Solo hay una palabra, y esa palabra basta. Así es como obra lo divino: donde reina el vacío, Él habla, y la luz aparece.
III. Luz como discernimiento y dirección
La luz no solo revela lo que está, sino que nos muestra el camino, lo bueno, lo que conviene. Por eso, la luz es también símbolo del discernimiento espiritual: la capacidad de ver la verdad tal como es, no como la queremos moldear.
Jesús dijo: “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12). Aquí no se habla solo de una iluminación intelectual, sino de una luz interior que transforma la conciencia y guía el caminar.
¿Te has preguntado por qué tantos corazones se sienten vacíos aún en medio del ruido digital, las distracciones o incluso el éxito externo? Porque sin esa luz verdadera, seguimos girando sobre nosotros mismos, como la tierra antes de ser ordenada: moviéndonos, pero sin rumbo.
IV. El llamado personal: “Sea la luz”
La voz que un día dijo “sea la luz” no ha dejado de hablar. Hoy, aún susurra —o grita— a las almas dormidas, dispersas, angustiadas. No es una frase lejana. Es una invitación presente: “Deja que hable luz sobre tu caos. Deja que hable propósito sobre tu confusión”.
Esto se aplica a las decisiones que tomas cada día: en tu familia, tus hábitos, tu trabajo, tus pensamientos ocultos. Allí donde hay desorden y vacío, el Creador desea traer forma y plenitud. No con violencia, sino con palabra. No con presión, sino con verdad.
Y cuando Él separa la luz de las tinieblas —como dice Génesis 1:4— también en nosotros comienza a hacerse clara la diferencia entre lo auténtico y lo superficial, entre lo eterno y lo momentáneo. Esta separación no es juicio: es misericordia. Porque no fuimos hechos para vivir en penumbra.
V. El orden divino empieza con una palabra y sigue con una decisión
Como el primer día de la creación, todo cambio verdadero comienza con luz. No con esfuerzo humano, ni con voluntad vacía, sino con apertura al que habla y llama. Cada día podemos volver a ese “principio”: no como un punto en el tiempo, sino como una actitud del corazón.
¿Está tu vida desordenada y vacía en alguna área? ¿Hay tinieblas que no sabes cómo disipar? Entonces escucha la misma voz que lo creó todo: “Sea la luz”. No es una imposición. Es una promesa.
✨ Reflexión final
No hay caos tan profundo que no pueda ser tocado por la luz de Dios. Porque donde Él habla, el desorden se convierte en dirección, y la oscuridad en día nuevo.
Hoy, que se haga la luz en ti. Y que cada día comience con la voz que da forma, sentido y esperanza.
Bendición: Que la luz que vence la oscuridad sea tu guía en cada paso, y que el Creador renueve tu principio cada mañana. Amén.
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“El primer paso hacia la plenitud es permitir que Dios hable luz donde hay desorden.”
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