El abismo de la sabiduría divina, contemplar lo incomprensible

Romanos 11:33-36
«¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.»


La sabiduría que trasciende todo entendimiento

Hay momentos en los que la vida misma nos obliga a detenernos y mirar hacia lo alto con humildad. Situaciones que escapan a nuestro control, preguntas sin respuesta inmediata, caminos que se bifurcan sin claridad. Y es en ese instante de vacilación donde estas palabras resuenan con una fuerza silenciosa: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría…!”. Esta exclamación no nace del conocimiento humano, sino de la rendición reverente ante una inteligencia superior que guía todas las cosas con una precisión que, aunque nos sea velada, no deja de ser perfecta.

La sabiduría mencionada aquí no es la del cálculo humano ni la de la estrategia mundana. Es la sabiduría que entreteje el universo, que establece los tiempos y estaciones, que planta límites a las olas del mar (Job 38:11), y que conoce cada pensamiento antes de que lo expresemos. No es solo conocimiento; es discernimiento, intención, amor, poder, todo obrando a una escala que no puede ser medida con nuestros instrumentos.

Inescrutables caminos, infinitos propósitos

“¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”. El texto nos confronta con el hecho de que hay decisiones divinas que no comprenderemos por completo. Y sin embargo, no se nos llama a la resignación pasiva, sino a la confianza activa. Así como un niño no comprende por qué el padre le niega ciertas cosas, pero aún así confía, nosotros también debemos aprender a andar sin verlo todo, pero creyendo que todo está en manos seguras.

En la vida diaria, nos encontramos con puertas que se cierran, pérdidas que no esperábamos, retrasos que frustran. Pero lo que parece caos a nuestros ojos puede ser parte de un diseño mayor. Proverbios 16:9 lo resume con sabiduría: “El corazón del hombre piensa su camino; mas el Señor endereza sus pasos.” Aquí no hay casualidades; hay propósitos eternos.

¿Quién le dio a Él primero?

Estas preguntas retóricas que aparecen en el pasaje («¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?») nos ubican correctamente: nadie está en posición de enseñar al Autor del tiempo. Ninguna criatura puede presumir de mérito ante Él. Toda dádiva que creemos ofrecer no es sino una devolución de lo que hemos recibido. No se trata de despreciar nuestros actos, sino de reconocer la fuente de todo bien. Como dice 1 Corintios 4:7: “¿Qué tienes que no hayas recibido?”

Este reconocimiento produce humildad, y la humildad verdadera libera. Libera del orgullo de tener que tener siempre la razón. Libera del peso de controlar todo. Libera del temor al futuro, porque se sabe que todo, absolutamente todo, «es de él, por él y para él.»

La gloria como destino

La conclusión de este pasaje es más que una doxología: es una brújula. Nos dice que todas las cosas, incluso las más oscuras, incluso las más gloriosas, existen con un propósito: reflejar la gloria de Aquel que sostiene el universo sin esfuerzo. Cuando entendemos esto, la vida adquiere una orientación distinta. El trabajo cotidiano, la crianza de los hijos, las decisiones éticas, el uso de la tecnología, todo puede ser una oportunidad para participar en ese glorioso reflejo.

La gloria no es un ego divino por ser aclamado, sino la manifestación plena del bien, la verdad y la belleza. Cuando vivimos con conciencia de esa gloria, lo pasajero se vuelve eterno, lo pequeño se hace significativo, lo difícil se transforma en escuela.

Una reflexión para el alma

No es necesario entender todo para confiar. Hay sabiduría en el misterio, y consuelo en saber que no estamos solos en lo incomprensible. La vida no es un azar sin rumbo, sino un proceso sostenido por manos que nunca fallan. Aquel de quien, por quien y para quien son todas las cosas, no ha perdido el control. Él sigue obrando en lo visible y en lo oculto.

Y si todo proviene de Él, entonces también nuestras cargas, nuestras esperas, nuestras oraciones no escuchadas como esperábamos, están siendo tejidas en ese gran propósito.


Reflexión final:
«Hay paz profunda en confiar, no porque lo entendamos todo, sino porque sabemos en quién descansa todo.»

Bendición:
Que tus pensamientos encuentren descanso en la sabiduría que no necesita explicación, y que tus días reflejen la gloria de Aquel que obra más allá de lo visible. Amén.

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«El alma encuentra descanso no cuando todo está claro, sino cuando todo está en manos seguras.»

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