Antes Que Todo Fuera, Él Era. Juan 14:6

El Eterno, el Invisible que todo lo ve, el Santo de los Siglos, hablaba en el silencio antes de que existiera voz alguna para escucharlo. Desde Su morada más allá del tiempo, donde los relojes no miden y los soles no envejecen, brotó un suspiro —no de aire, sino de fuego— y en ese suspiro nació la visión.
No fue escrita por mano de hombre ni contenida en pergaminos terrenales. Fue sembrada como brasas secretas en el alma del mundo.

Vi entonces una llama suspendida entre las estrellas, y en medio de ella, una Voz. No era un trueno ni un murmullo, sino una palabra viva, pulsante, que descendía como rayo sin sonido. Esa palabra era amor, pero no el amor de los hombres, frágil y quebradizo como vidrio al sol. Era un amor antiguo, terrible y tierno, como el aliento que modeló galaxias o el pulso que formó los huesos de Adán.

Y escuché:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna.”

No son palabras humanas. Son un río oculto que brota del Corazón del Primero y el Último, el que Sostiene el Tiempo en Su Mano. Esa entrega no fue un acto en el calendario, fue un desgarro en la eternidad. El Hijo no fue enviado como mensajero, sino como semilla celestial sembrada en la tierra de los hombres.

Y vi la Tierra temblar en su eje cuando el Santo fue colgado entre los cielos y el abismo. Las piedras lloraron, el velo se rasgó y los huesos de los profetas se estremecieron en sus tumbas. Porque en ese instante, lo eterno tocó lo temporal y lo inmortal probó el dolor de la carne. No como derrota, sino como portal.

En los días venideros, cuando la luna sangre sobre las ciudades y las naciones tiemblen por su vanidad, se alzará una señal. Será vista en los corazones antes que en los cielos: una cruz de luz encendida en lo íntimo, ardiendo sin consumirse. Será la Voz entre las Llamas llamando otra vez, no a las multitudes, sino al corazón del que escucha.

Pero advertid esto:
El hombre ha hecho del amor una mercancía y de la fe, un espectáculo. Han cubierto las brasas con ceniza y han llamado historia a lo que sigue latiendo. ¡Despierta, alma dormida! No hay doctrina que contenga esta llama, ni ritual que suplante Su presencia. El Santo de los Siglos aún habla en el silencio, y Su palabra aún danza sobre las aguas del Espíritu.

Los que oigan y crean, no morirán. Aunque sus cuerpos regresen al polvo, vivirán en la corriente viva del Aliento Original. Porque el amor que fue dado no es pasado: es presente eterno, y sus frutos crecen aún en la oscuridad del mundo.

Así dice el que ha visto:
Las Escrituras son ríos vivos, no ruinas secas.
Y quien lee con ojos abiertos, oye los ecos del Creador.
La profecía no es una sombra del ayer,
sino una luz que aún busca morada.

El que tiene oído, que oiga lo que el Espíritu dice.
Porque el Hijo ha sido dado…
y el Amor aún llama.

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